Del castor ibérico puede decirse la cosa más triste que puede decirse de un animal: nadie tiene muy claro cuándo se extinguió. Durante años los investigadores han discutido si los últimos ejemplares desaparecieron en el siglo XVII, en el XVIII o, incluso, en el XIX para darse cuenta de que todo esto era papel mojado. pero La única evidencia disponible los sitúan en el siglo II antes de Cristo. Después de ese momento, nadie sabe qué pasó con ellos.
Pero algo pasó en 2003. En la primavera de 2003 y de forma ilegal, alguien introdujo 18 castores europeos procedentes de Baviera. Nadie sabe a ciencia cierta quién fue ni por qué lo hizo. De hecho, fueron descubiertos por sorpresa gracias a «la existencia de una serie de indicios, muy conspicuos, que revelan el establecimiento de una pequeña población de castores en el norte de España».
Lo que sí sabemos es que, aunque se intentó erradicar, no se consiguió. Y ahora, ha desbordado el curso bajo del río Aragón donde se encontró y ahora es considerado a todos los efectos un animal autóctono sujeto a protecciones medioambientales.
Más allá del Ebro. Si los Pirineos habían funcionado como una barrera efectiva para el castor, una vez que entró en la península de nuevo la situación se ha descontrolado. Pocos años después, habíamos encontrado castores en la cuenca del Duero y en la Guadalquivir.
Lo que no habíamos encontrado aún eran castores en el Tajo.
Y en junio de 2024, dos investigadores se encontraron con ellos en Zorita de los Canes, provincia de Guadalajara. Es decir, a más de cien kilómetros en línea recta del lugar más cercano donde se habían reportado previamente.
¿Qué está pasando aquí? Porque si nos paramos a pensar un momento, descubriremos que esta expansión de los castores no es natural. En 2023, la bióloga Teresa Calderón calculó que los castores del Tormes habrían tardado 40 años en llegar allí por medios propios desde la población documentada más cercana.
En el caso andaluz, o hay manera de que estos ejemplares recorrieran por sí solos los 365 kilómetros de submeseta sur que hay entre el tramo del Guadalquivir donde se encontraron en 2023 y el punto más cercano donde los habíamos encontrado previamente.
La única explicación racional es que alguien los está poniendo allí.
«Beaver bombing». Así («bombardeo de castores») es como se llama desde hace años a una práctica un poco rara: soltar grupos de castores de forma ilegal en zonas donde supuestamente habían vivido.
Y no solo lo hacen sin permiso: lo hacen sin estudios previos, ni garantías, ni planificación.
«Tal como establece la UICN, para hacer una reintroducción de cualquier animal extinto en un territorio es necesario llevar a cabo una serie de estudios que son casi de sentido común», recordaba Francisco José García, biólogo y experto en mamíferos de la SECEM a Climática, «tenemos que saber por qué se extinguieron en su momento, en qué condiciones vivían los animales entonces y si dichas condiciones se mantienen. Y hay que trabajar en la percepción social de la especie, no se pueden hacer las cosas de espaldas a la sociedad. En España tenemos ejemplos de reintroducciones bien hechas, como la del lince».
¿Y entonces? El problema, como ocurrió con la reintroducción del lobo, conseguir ese «apoyo social y político» es complicado y algunos grupos han decidido no esperar.
La historia da para un thriller rural, pero levanta muchas dudas sobre qué pasará en el futuro. No solo si las comunidades de castores crecerán en España, sino esta práctica se extenderá a más especies.
Imagen | Svetozar Cenisev
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La noticia
Hacía cientos de años que nadie veía un castor en el Tajo. Eso acaba de cambiar y ni siquiera es lo más extraño de todo
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Jiménez
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